Dios tuvo más relaciones con su mujer y esta vez nada vino a perturbar su unión, pues la excisión había hecho desaparecer la causa del primer desorden.
El agua, simiente divina, penetró así en el seno de la tierra y la generación prosiguió el ciclo regular de la gemelaridad. Dos seres fueron modelados. Dios los ha creado como al agua.
Eran de color verde, con forma de persona y de serpiente. Desde la cabeza hasta los riñones eran humanos; la parte inferior era de serpiente. Los ojos rojos fueron hechos como los de los hombres y su lengua filosa como la de los reptiles. Los brazos, blandos, no tenían articulaciones. Todo su cuerpo era verde y liso, resbaladizo como una superficie de agua, provisto de pelos cortos y verdes, anuncio de las vegetaciones y germinaciones.
Estos genios, llamados Nommo, eran entonces dos productos homogéneos de Dios, de esencia divina como él, concebidos sin aventuras y desarrollados en la matriz terrestre. Su destino los conducía al cielo, de donde recibieron las instrucciones de su padre. No es que Dios haya tenido que enseñarles la Palabra, esa cosa indispensable tanto para todos los seres como para el sistema universal: la pareja había nacido completa y perfecta a causa de sus ocho miembros, su cifra era ocho, símbolo de la palabra. Poseía también la esencia de Dios, pues estaba hecha con su simiente, que era a la vez el soporte, la forma y la materia de la fuerza vital del mundo, fuente de movimiento y de perseverancia del ser.
Los gemelos están presentes en toda el agua, la de los mares, de los confines, de los torrentes, de las tormentas, del sorbo que bebemos. Si no fuera por Nommo, ni siquiera se hubiera podido haber creado la tierra, pues la tierra fue amasada. La fuerza vital de la tierra es el agua. Dios ha amasado a la tierra con el agua. Incluso en la piedra hay esta fuerza, pues la humedad está en todo.
Pero el Nommo, además de ser el agua, produce también el cobre. En el cielo cubierto vemos materializarse los rayos del sol en el horizonte de bruma. Estos rayos, excrementos de los genios, son de cobre y son luz. El Nommo entra en el cuerpo a través del agua que bebemos y comunica su calor a la bilis y al hígado. La fuerza vital que transporta la palabra sale de la boca como vapor de agua. La buena palabra, al ser recogida por la oreja, va directamente al sexo donde se enrolla alrededor de la matriz como se enrolla alrededor del sol el espiral de cobre. Esta palabra de agua aporta y mantiene la humedad necesaria para la procreación y el Nommo, por este medio, hace penetrar en la matriz un germen de agua. Transforma en germen el agua de la palabra y le da el aspecto de un humano pero la esencia de un Nommo.
O tal vez el Nommo, presente en el sexo húmedo como lo está en toda agua, forma con las palabras eficaces, que son barro y que se mezclan en la simiente femenina, un pequeño ser de agua a su imagen y semejanza. El agua de la mujer la mezcla con la simiente del hombre, que es tierra. De la misma forma que Dios ha amasado al hombre con tierra y agua, el Nommo amasó la simiente del hombre con el agua de la mujer.
Texto de la obra Dios de Agua de Mariela Yeregui. El texto es un relato cosmogónico de origen africano (dogón).
La obra se basa en el libro homónimo de Marcel Griaule y en la experiencia de la artista que vivió siete años en Costa de Marfil.
La muestra cierra el sábado 27 de septiembre. Los invitamos a recorrerla de martes a sábado entre las 14:30 y las 20hs. Para más información sobre ésta y las demás obras y artistas pueden entrar en la web.
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